6.22.2014

Facies Fallit

Me ajusté el cuello de la campera y encogí los hombros para protegerme del viento helado que corría, el frío me calaba los huesos, no había abrigo suficiente en mi guardarropa para protegerme de la helada. Apuré el paso y con cada exhalación salía un espeso vapor. No nevaba, no estábamos en zona de nevadas, pero en mucho tiempo no se veía un día así. <Maldito calentamiento global> pensé. Con mucho esfuerzo saqué el celular del bolsillo, y avise que estaba cerca. Llegaba tarde, como de costumbre.
Llegué. Estaba parado frente a la puerta del café, inspiré profundamente y empujé la puerta. La campanilla sonó al cerrarse. El ambiente era agradable, cálido y acogedor. Un escalofrío recorrió mi cuerpo por el cambio repentino de ambiente, me estremecí por completo. Decidí recorrer el lugar con la mirada esperando verla. Cuando por fin la vi encamine hacia donde ella estaba. Vestía una campera negra, pantalón vaquero y un par de botas, estaba leyendo un libro mientras tomaba su café de a sorbos.
Caminé lentamente pensando en una manera original de saludarla, no quería aparecer con un insulso hola. Me paré frente a la mesa y golpeé tres veces la mesa con los nudillos, fue lo único que se me ocurrió. Levanto la cabeza y me sonrió.
-Hola. Llegas tarde- me dijo manteniendo su sonrisa pícara característica. Siempre que nos veíamos sonreía. Yo lo consideraba un gesto iluminador del día.
-Perdón. Nunca logré sacarme esa costumbre. ¿Cómo estas?
-No me puedo quejar. Me mude hace una semana. ¿Lo sabías?
-No. ¿Dónde te mudaste?
-Cerca de la ribera, deberías visitarme. Aún me estoy acomodando pero me vendría bien una visita tuya.
-Es un bonito lugar para vivir. Prometo pasar a visitarte.
-¿Cuándo lo harás? Te conozco. Dices algo y luego no lo cumples.- Apoyó sus codos sobre la mesa y tiró levemente su cuerpo hacia mi.
No se equivocaba. Me conocía a pesar del poco tiempo que llevábamos de amistad. Logró descifrar mi forma de ser en muy poco tiempo, cosa que pocos logran. La miré a los ojos, y al poco tiempo aparté la mirada. Nunca logré mantener la mirada; sus ojos eran profundos, penetrantes, y eso me incomodaba.
-Prometo ir el domingo- Mentí mirando por la ventana.
-No te creo. Acompáñame. Vayamos cuando salgamos de aquí.
-Sabes que no puedo. No lo haré- Dudé si realmente lo haría. El mozo interrumpió la conversación. Se acercó lentamente y nos preguntó si habíamos sido atendidos.
-El caballero no. Yo pediré otro café más.
-Y usted señor. ¿Desea algo?
-Un café negro nada más.
-Por esta semana tenemos dos por uno en todo el menú. Es un descuento para parejas.- Sonrió haciendo una mueca un tanto grotesca.
-Oh! Pero nosotros...- Empecé a contestar
-Gracias. Aprovecharemos la promoción.- Me interrumpió ella. Encendió un cigarrillo, aspiró intensamente mientras se recostaba sobre el asiento y dejó escapar una espesa cortina de humo.
-Siempre hay que aprovechar las oportunidades.- Volvió a sonreír mientras la lumbre del cigarrillo se avivaba.
-Tal vez. No me gusta engañar. Lo sabes- Ella rió.
-Siempre supiste ser muy sincero y esquivo
-Lograr esquivar ciertas situaciones es un arte que requiere mucha práctica.
Por primera vez no podía despegar los ojos de los suyos. El cruce de miradas habrá durado un minuto pero yo lo sentí como si hubiera durado años. Lo disfrute ampliamente.
-¿Qué opinas del bar?- Sin razón cambió el tema de conversación- Siempre que puedo vengo aquí a disfrutar de un buen café y leer un poco.
Me acercó la caja con cigarrillos. Encendí uno y me dispuse a admirar el local. Las ventanas tenían cortinas parduzcas, un terrible color para unas cortinas. Continué con el recorrido y me detuve en los comensales; un par de hombres tomaban wisky sobre la barra, y conversaban animadamente. El mozo estaba recostado sobre la barra con la cabeza vuelta hacia el televisor, ubicado en una esquina. Éste estaba sintonizado en un partido de fútbol, estaba en mute. No logré ver el marcador, ni los equipos, pero por su cara supuse que su equipo iba perdiendo.
En todo el bar sonaba Petite Fleur. La música, sumado al humo de cigarrillo y al frío, le confería al lugar un aire a cafetería parisina de los años veinte. Todo esto era una suposición -claro está-, nunca había estado en París, y tampoco viví en los años veinte.
Al otro lado del bar había una pareja; el hombre, no mas de cincuenta, tomaba un escocés con hielo y fumaba un habano mientras asentía a lo que su mujer decía; no le prestaba atención, tenía la cabeza volteada hacía el televisor. La mujer, de unos cuarenta, hablaba animadamente gesticulando con las manos. Parecía no percatarse de la poca atención por parte de su marido. Sentí lástima por ella, no es grato ser ignorado mientras uno habla.
Volví la vista a Marla mientras aspiraba bocanadas de humo.
-Es sencillo, agradable. Me gusta el ambiente.
-Sabía que te gustaría. Por eso te cité aquí y no en otra cafetería.- Habían pasado noventa minutos desde que llegué al bar. No paraba de fijarme la hora en el reloj.
No sabía si quedarme o irme. La conversación se había vuelto monótona y no tenía ánimos de andar hasta tarde por la calle. Planeé volver temprano y ver un poco de televisión. Recordé que aún tenía media botella de Pippers en casa. Si volvía no me arrepentiría y dormiría contento.
-Debo irme. No me gusta volver tarde- Eran las siete y media recién.
-Vuelvo contigo.
-No tengo calefacción. Pasarás frío.- Traté de disuadirla
-Tengo abrigo
-¿Seguro quieres hacer esto? Nos arrepentiremos en la mañana.
-Tendremos tiempo de lidiar con eso.
Sonreí. No estaba contento. Hubiera preferido volver solo; aunque no me queje, me gustó romper con la monotonía de mis días. Recogí me abrigo, dejé el dinero sobre la mesa y me encaminé a la salida, esperando que ella me siguiera.

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